Cuentan que Sargón I de Acad poseía entre sus tesoros una obra de astrología que le permitía predecir los eclipses de sol y practicar el antiguo arte de la clarividencia. Subido en el último escalón del primer zigurat construido en la historia, Sargón alzaba su vista hacia el cosmos nocturno y accedía a los arcanos mientras recitaba los pasajes del libro que sujetaban sus manos y cuyo contenido procedía de las enseñanzas de los maestros de la Antigua Tradición, aquellos que cuentan que procedían del lejano Oeste, de las costas atlánticas, aquellos que habían medido el Tiempo Sagrado en los Templos Megalíticos.
Desde muy antiguo, la división mística del mundo reflejada en ese mapa de toda la existencia que es el Zodíaco, se hizo en doce partes. El significado profundo del número 12 tiene unas implicaciones que hunden sus raíces en los Tiempos Remotos. El 12, que hace referencia al Orden Cósmico, a la idea de la unión del espacio y el tiempo, al Círculo Sagrado, a la Rueda Eterna, fue el número de los signos zodiacales. Si contamos 12 veces 30 obtenemos los 360 grados en que se divide el círculo.
Pero el 12 se repitió como símbolo en el pasado y lo seguiría haciendo a lo largo de la historia. Los 12 meses del año, las 12 tribus de Israel, los 12 apóstoles, 12 eran los nombres de Odín, 12 eran los nombres del Sol en sánscrito, 12 eran las puertas de la Eterna Jerusalén y las referencias siguen y siguen y seguirán eternamente porque el antiguo lenguaje aún es leído por algunos maestros iniciados.
Y así volvemos al Zodíaco y comprobamos que los 12 signos son 12 puertas para acceder al Sancta Santorum, al secreto supremo de la existencia. Todo lo que se divide en 12 hace referencia al Zodíaco.
Toda la historia está determinada por los astros. Todo estaba fijado ya en ellos. Y así lo leyeron los maestros aquí abajo, para poder acceder así a lo de arriba. El Gran Año, determinado por el movimiento de la Tierra en el cosmos y que la ciencia conoce como el fenómeno de la precesión de los equinoccios, también está dividido en 12 grandes meses, de 2160 años cada uno hasta completar los 25.590 años que tarda en dar una vuelta la Rueda de la Vida, el Ancestral y Numinoso Ouroboros...
De esta manera, cada 2160 años, durante el equinoccio de primavera se apunta a un signo zodiacal diferente en la salida del sol al retroceder 30 grados la visión que tenemos de las esferas desde nuestro planeta. Y así, en cada cambio de signo se producía un cambio de época en la historia, y los seres humanos tenían que actuar en consecuencia, reequilibrando su existencia, reorientando sus templos, rebautizando a sus dioses... y así eternamente...
Porque el que conoce el Antiguo Lenguaje y conoce el significado arcano de los Antiguos Símbolos puede acceder a la totalidad de lo arquetípico, al modelo sagrado que sirve para la determinación compresiva de todas las posibilidades existenciales en el macrocosmos y en el microcosmos. El Símbolo refleja la realidad de una manera insuperable por cualquier otro lenguaje.
Si los antiguos crearon el Zodíaco fue gracias a leer el libro del cosmos. Practicaban la verdadera la ciencia: el arte mágico, aquel que permite ver más allá. Así produjeron una división serial del universo donde los acontecimientos están gobernados por leyes. Y así aprendieron lo que era el Destino y aprendieron que el tiempo es circular porque todos los acontecimientos antecedentes producen sus consecuencias cuyas conexiones no son arbitrarias ni sustituibles.
Y así fue todo y así sigue siendo y así seguirá...
Bar-Gal, Gran Guardián del Metal Ancestral