La música ha sido utilizada a lo largo de toda la historia
como medio de realización espiritual, como una manera de revelar el sentido
trascendente de la existencia y apoderarse de él.
Estas músicas con ese mágico poder se han transmutado a lo
largo de la historia ya que han tenido que adaptarse a los cambios ocurridos en
la forma de existir del ser humano. Pero la esencia sigue viva a pesar de los
cambios.
En Tarento, localidad situada al sur de Italia, ha
permanecido viva una tradición de hondas raíces. Cada verano, múltiples
personas se veían afectadas por la “tarantela”, enfermedad que provocaba que
entraran en una histeria colectiva por la picadura de una araña, la tarántula,
que habitaba en la región. La única cura para este maligno frenesí era tocar
una música frenética y repetitiva que inducía al trance a los danzantes hasta
la extenuación. Esta música para danzar y curar se denominó tarantela desde
mediados del S.XIV.
Pero las raíces de esta manifestación musical pueden
hundirse muy profundamente en los abismos del Tiempo. El sur de Italia formó
parte de la Magna Grecia, en una época en la que Dioniso y Cibeles eran
adorados a través de músicas frenéticas con un ritmo salvaje. Cuando el
cristianismo se apoderó de la región actuó como en el resto de lugares donde se
extiende, erradicando los cultos de las antiguas religiones o apoderándose de
ellos tras adaptarlos. Pero el viejo rito logró sobrevivir esta
vez, quizá porque contenía un secreto que se había transmitido ininterrumpidamente
desde el mágico tiempo donde los megalitos eran adorados. Los Chamanes invocaban a través de la Danza de la Espada
el conocimiento de los Primordiales.
La catarsis orgiástica del tarantismo ha servido para que el legado oculto solo comprensible para los iniciados haya llegado hasta el mismísimo S XX., cuando los ecos de las últimas tarantelas se perdieron entre los zumbidos de una civilización que daba la espalda a la piedra y adoraba a los falsos ídolos que han intentado enterrar el legado de los antiguos ritos.
La catarsis orgiástica del tarantismo ha servido para que el legado oculto solo comprensible para los iniciados haya llegado hasta el mismísimo S XX., cuando los ecos de las últimas tarantelas se perdieron entre los zumbidos de una civilización que daba la espalda a la piedra y adoraba a los falsos ídolos que han intentado enterrar el legado de los antiguos ritos.
Pero las sombras de las antiguas edades aún pueden contemplarse
en oscuros lugares. La duodécima carta del Tarot, el Colgado, se asemeja a la
araña que se descuelga debajo de su red. Para comprender el secreto que
encierra la tarantela deberéis comprender antes la simbología de esa carta.
Solo entonces comprenderéis también la naturaleza de la música que sonaba a los
pies de los grandes templos de piedra de la antigüedad, aquellos templos con
fuerzas durmientes que PYLAR se dispone a invocar de nuevo.
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